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    La princesa de amianto


    A C. R. B.


    La vida es una farsa barata,
    sin objetivo ni parto inicial[1].

    Todavía pensaba en Emilia, cuando subía por la quinta calle hacia lo que dieron en llamar pequeña IV Internacional de 57. Hacía apenas tres días que habían vuelto al Coliseo. Un regreso que sabían presumible. Nunca se tomaron demasiado en serio las despedidas. No obstante, éstas fueron realmente fuertes.
    Agosto, para él, volvía a ser hermoso. Con ese viento azul que se cuela por entre los edificios sin pedir permiso ni presentarse hola, ¿qué tal? En su cabeza se arremolinaban un sinfín de pensamientos acalorados como nueces y tostadas. Tenía ante sí un mundo nuevo de lo viejo. Y llevaba en su bolsillo la última y única nota que se han escrito.
    Los ojos de Emilia, celestes como el pasto, se le incrustaban en la memoria y no podía sentir mayor sensación de calma. Sólo sintió pena por las baldosas, de esas penas que se les puede tener a los leprosos o a los lisiados. Pero, a decir verdad, ya no le importaba. Tenía ante sí un mundo viejo de lo nuevo.
    En la cuadragésima octava calle se cruzó con dos hombres que parecían grandes nobiliarios de la baja burguesía, aunque francamente no podía asegurarlo. Las apariencias pueden dar grandes respuestas, pero suelen engañar. Uno de ellos sostenía un rabo entre las manos y presentaba un corte a la altura del pómulo izquierdo. El otro, rubio al platino, cargaba algunos pequeños libros de cubierta negra. Los llevaba apretados contra el tórax, sus manos no eran más que los muñones de las muñecas. Ambos vestían pulcros trajes negros, con camisas blancas y corbatines también negros y de escaso grosor. Este último, posteriormente a realizar una extraña pirueta –muy similar a aquella que solía hacer Michael Jackson, girando sobre su propio eje, como un trompo–, se paró frente a él impidiéndole el paso. Por tres o cuatro movimientos cualquiera hubiese jurado que ensayaban una pieza de vals: si uno iba a la izquierda, el otro iba a la izquierda; si en cambio iba a la derecha, aquel también iba a la derecha. Finalmente el de los muñones habló, con una voz como salida de una lata de arvejas.
    –¿Oíste la buena nueva?
    Naturalmente, para nuestro protagonista las buenas nuevas sólo podían relacionarse con Emilia. Algo por demás lógico: todos solemos pensar que lo que nos interesa es el centro del mundo.
    –La Tierra deforma el espacio-tiempo de nuestro entorno, de manera que el propio espacio nos empuja hacia el suelo…
    Emilia era algunos pocos centímetros más alta que él, lo suficiente como para dejar constancia de la desproporción.
    –El nexo de unión entre espacio y tiempo es la geometría: lo que ocurre es que, en presencia de una masa, el espacio-tiempo se deforma, de modo que cualquier otra masa nota ese espacio deformado y se ve obligada a seguir trayectorias diferentes a cuando estaba el espacio sin deformar, sin ninguna masa.
    Tenía, pues, impaciencia por ver a Emilia, de manera que se las ingenió para librarse de los dos hombres con apenas un ademán. A lo lejos aún se escuchaba aquella voz símil metálica:
    –Hermanos míos, ustedes no tienen la fe de nuestro Señor Jesucristo, nuestra gloria, con actos de favoritismo, ¿verdad? Pues, si entra en una reunión de ustedes un varón con anillos de oro en los dedos y con ropa espléndida, pero entra también un pobre con ropa sucia, pero ustedes miran con favor al que lleva la ropa espléndida y dicen: “tú toma este asiento aquí en un lugar excelente”, y dicen al pobre: “tú quédate de pie”, o: “toma tú ese asiento allá debajo de mi escabel”, tienen distinción de clases entre sí y han llegado a ser jueces que dictan fallos inicuos, ¿no es verdad?
    ”Escuchen, mis amados hermanos. Dios escogió a los que son pobres respecto al mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino, que él prometió a los que lo aman, ¿no es verdad? Ustedes, sin embargo, han deshonrado al pobre. Los ricos los oprimen a ustedes, y los arrastran ante los tribunales, ¿no es verdad? Blasfeman contra el nombre excelente por el cual ustedes fueron llamados, ¿no es verdad? Por eso, si ustedes practican el llevar a cabo la ley real según la escritura: “tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”, hacen bastante bien. Pero si continúan mostrando favoritismo, están obrando un pecado, porque son censurados por la ley como transgresores.
    En el camino seguirá pensando en Emilia y en su buena fortuna. ¿Cómo podía ser que, después de tantas perfidias, todavía lo tuviera en consideración? Pensó que había allí algún dejo de predestinación o quizás sólo mera causalidad. Sin embargo, aunque se lo preguntara, no le interesaban en demasía las razones para ello. Canturreará mentalmente en dirección a la pequeña IV Internacional. Allí lo esperaba Emilia, tal vez con la misma impaciencia con la que él iba a su encuentro.

    ***

    Todo orden social produce en la masa de sus componentes las estructuras de que tiene necesidad para alcanzar sus fines principales. Tiene que haber una correlación importante entre la estructura de la sociedad y la estructura psicológica de sus miembros[2].

    ***

    Los jueves son realmente extraños. Hay en ellos una fuerza oculta e indescifrable. La fiebre o el cansancio –un cansancio atroz e inmovilizante– suelen apoderarse de todo mi cuerpo. Hoy desperté pasadas las 20. Me había dormido a las 23 del día de ayer.

    ***

    El cuarto cigarrillo de la madrugada se quemaba rápidamente en su boca. Eran las cuatro del viernes y, como siempre, no podía dormir. Desde hace años sufre de una extraña mezcla de insomnio y somnolencia; su cabeza, generalmente, es como Kosovo en plena guerra. Ha reincidido algunas veces en médicos, neurólogos y psicólogos; finalmente ha terminado hastiándose de ellos –aunque su economía también ha jugado un papel relevante–. De vez en cuando se arrepiente, sobre todo cuando falta a sus responsabilidades diarias. Por un cuarto de hora, tal vez más, ha observado a Emilia dormir, sentado en la silla que se encuentra contra la ventana de la habitación. Luego de hacerse un café, negro y bien cargado como le gusta, se sentará en el sillón del living y prenderá el televisor para ver la nada misma en un zapping continuado.
    Habían dejado pasar la tarde y la noche del jueves entre charlas banales, mediadas por mates dulces, y el visionado de algunas películas (él nunca había visto tantas películas en tan poco tiempo): Un condamné à mort s'est échappé y Mouchette, de Robert Bresson; Week End, de Jean-Luc Godard; A Nous la Liberté, de René Clair, y Persona, de Igmar Bergman. Aunque ya las había visto en algún momento de su vida, quedará impactado nuevamente por cada una de ellas. Esa misma noche quedarán en ver dos que él nunca ha visto: L’Argent, también de Bresson, y Smultronställe, de Bergman.
    Se sentía realmente bien, como siempre que Emilia y él consiguen llegar al final del día sin chocar ni exasperarse. Así como Oliveira. En otros tiempos habrían discutido por las cosas más nimias y vagas. Evidentemente algo habían aprendido. O, tal vez, se trataba apenas de la bonanza de los primeros tiempos. Él esperaba que no fuese así.
    A Emilia la conocería al día siguiente. De casualidad. Será en una fiesta organizada por un viejo amigo de ambos (al que no ven desde hace más de tres años). Esa noche apenas cruzarán dos palabras resumidas en un saludo. Con el tiempo irán encontrándose con mayor asiduidad, en otras fiestas, en reuniones sindicales (participando en grupos opuestos), en manifestaciones estudiantiles, en casa de aquel amigo, en carruseles y colectivos. Por aquellos tiempos los dos se encontraban solos. Emilia hacía sólo dos meses atrás que había roto con un castor con el cual salió por casi cuatro años. Él seguía atrapado por alguien que no conocía personalmente. Será Paola, a la que él detestaba sin saber bien por qué, quien oficie de celestina. Insistirá incansable e insoportablemente hasta lograr unirlos. Mes y medio más tarde se separarán para regresar casi tres meses después. Estarán juntos por dos meses más hasta volver a disgustarse. Por un largo tiempo mantendrán una relación libre, de esas de las que hablaban Émelie Armand, Alexandra Kollontai o la Generación Beat. O más o menos. Una relación basada casi exclusivamente en encuentros sexuales no precisamente casuales. Se llamarán los fines de semana e, incluso, a veces entre semana. Luego de algunos meses se distanciarán por poco más de un año, convencidos de que estaban jugando un juego insatisfactorio.
    Ha seguido a una joven cineasta. Tuvo el honor de conocerla hace años y nunca experimentó mayor placer: sus labios tienen el poder de dejarlo pasmado. Es curioso cómo los aprendizajes llegan tan tarde. Uno termina lamentándose de sus propios desvíos.

    ***

    Llegó carta desde Turdera. Escribe Oscar. Lo esperaba hace mucho tiempo.

    ***

    Sí, estaba algo furiosa, lo reconozco. Pero recordaba tus ojos en nuestro penúltimo encuentro y algo me dijo que podría valer la pena intentarlo otra vez.

    ***

    El café se le había enfriado habiendo ingerido sólo la mitad de la taza. Concentrado en sus cavilaciones, se había olvidado de sorber. Odiaba no terminar el café, así que se dirigió nuevamente a la cocina y se preparó uno nuevo. Esta vez se juraba a sí mismo beber hasta la última gota, incluida la borra, ayudándose de su lengua. En eso despertó Emilia, siendo alrededor de las 6.30.
    –¿Por qué sos tan cenizo? –preguntó ella.
    –No lo sé. Tal vez porque nací sin haber cumplido los nueve meses de gestación…
    –No se puede vivir en un mundo descontrolado.
    –No se puede vivir si tu noción del mundo es un serpentario.
    –No se puede vivir si tu noción de la vida es un serpentario.
    –La vida se divide entre un edén de falansterios y un serpentario.
    –La vida la decidimos nosotros [3].

    ***

    Las ideas burguesas penetran en todos los ámbitos. Principalmente en la idea de familia, base de todo el entramado social, porque es la encargada de la reproducción ideológica. La burguesía nos tolera, porque somos una pareja. Una pareja burguesa. Tenemos que luchar contra la idea de pareja que ostenta la burguesía. Convertirnos en una pareja revolucionaria. En un tiempo lo intentamos, pero viciados por la ideología burguesa, fracasamos. No hicimos nuestro mejor esfuerzo. Libertario y trotskista, tenemos elementos para hacerlo.
    Si hoy la burguesía nos tolera, si nos casáramos o tuviera un hijo tuyo nos toleraría aún más. Porque formaríamos una familia. Es el modo en que la burguesía nos atrapa. Para ser una pareja revolucionaria tenemos que superar etapas, como indican los procesos revolucionarios: etapas. Primero la etapa de posesión. Vos ni yo somos cosas que se tienen. Hoy estamos atrapados en esa idea. Tenemos que sacárnosla de encima. Eso no indica derecho a traicionarnos. Tampoco derecho a tener otras parejas. No. Indica respeto mutuo; respeto por los tiempos y espacios de cada uno. Sé que ya te habías manifestado en ese sentido; yo me negaba a entenderlo. Lo malinterpretaba. Vos tampoco estabas plenamente seguro de lo que decías. Es educación política. Educación revolucionaria. Luego de alcanzado ese estadio del proceso, podríamos pensar en casarnos; mejor dicho, convivir. El matrimonio es otra idea burguesa. Más tarde quizás tener un hijo. Y, para romper con la idea burguesa de familia, debemos educarlo revolucionariamente.
    Estamos lejos del concubinato, mucho más de tener un hijo. Lo sabemos, somos prudentes. Pero es nuestro deber revolucionario problematizarlo. Teoría. Acción revolucionaria. Análisis concreto de la situación concreta. Mirar hacia adelante.

    ***

    QueridO amigO: Sé que debía –a esO me había cOmprOmetidO– escribir hace seis meses atrás; entenderás que nuestras investigaciOnes apenas nOs dejan tiempO. DebO decirte que lO que estamOs viviendO es cinematOgráficO. HemOs descubiertO cOsas que, cuandO les demOs publicidad, harán temblar nO sÓlO a la cOmunidad científica, sinO también a la humanidad entera. ClarO que nO tOdOs accederán a nuestras revelaciOnes. Bien sabemOs que la ciencia nO gOza de lO que se dice pOpularidad. Es ciertO, sí, que tiene una reputaciÓn envidiable (reputaciÓn que, justo es decir, pese a que lOs resultadOs de la mayOría de ellas sOn absolutamente equivOcadOs, se ha ganadO pOr méritO propiO) y, salvO religiOsOs fundamentalistas o ultramOntanOs, tOdOs lOs mortales tienen un espíritu pOsitivista vulgar, pOr lO que nadie descree de la ciencia; perO sOn muy pOcOs aquellOs que se interesan seriamente pOr ella. COincidirás cOnmigO en que vivimOs rOdeadOs de mediOcres. De tOdOs mOdOs haremOs nuestrO mayOr esfuerzO para dar a cOnOcer nuestras investigaciOnes. Aun cuando el mundO se venga abajO. Para cOnstruir hay que destruir, ¿verdad?
    EstOy segurO de que cOn nuestrOs descubrimientOs la mederisOlislOgía[4] saldrá finalmente del OscurantismO al que la han desterradO. Al fin tantOs añOs de esfuerzO y dedicaciÓn han dadO sus frutOs. El prOfesOr SisadzijO estaría OrgullOsO de nOsOtrOs.

    ***

    –¡Contra la patronal y la burocracia!
    ”¡Lucha continua!
    ”¡La violencia de los trabajadores, de las fábricas a la calle!
    ”La violencia de los trabajadores.
    ”De las fábricas a la calle.

    LA IDENTIDAD.

    –...de las fábricas a la calle! 
    ”¡Lucha continua!
    –¿Qué hace?
    ”¡Documento! ¡Documento!
    ”Emilia Fabbi. 9 N° 1125.

    LA IDENTIDAD.
    LA IDENTIDAD [5].

    ***

    Siendo las 7 de la mañana, Emilia prepara café, de modo que para él será su segunda taza y media. Lo acompañan con tostadas untadas de manteca y azúcar. Ella se mira los senos a través de la abertura de su remera. A él le gustan. Son de una redondez exquisita; pequeños pero amables. Se miran a los ojos pero no emiten más sonido que los mordiscos sobre el pan tostado. Sonríen.
    Faltando diez minutos para las 8, Emilia lo despide con un beso en los labios, mezclando los trozos de pan enmantecado con sus respectivas babas. Repentinamente a él se le viene un cansancio y un sueño atroces –producto evidente de no haber podido dormir en toda la noche–, pero no sucumbe al llamado sirénico de la cama; no puede faltar nuevamente al trabajo. Promediando las 9 se va. Ha comenzado a llover y el frío y el viento parece que serán inclementes todo el día.

    ***

    Te daré la primicia, perO antes te pediré que, en la medida de tus pOsibilidades, cOmiences la tarea divulgatOria pOr tu cuenta. NOs sería de gran ayuda. HemOs descubiertO que el cOntactO Ocular cOn lOs rayOs sOlares de la mañana, más nO sea a través de una hendija, es altamente peligrOsO para el hOmbre, prOduciendO nO sÓlO una multiplicidad de prOblemas físicOs, sObre tOdO en la musculatura y en las cuerdas vOcales, sinO también –y cOn mayOr agudeza– una serie de trastOrnOs mentales que van desde alteraciOnes del lenguaje y la cOmprensiÓn a la perversiÓn (incluidO el asesinatO), la avaricia, la aceptaciÓn de las jerarquías, de la supremacía del mercadO y de la divisiÓn en clases, castas O tribus y la creencia de la necesidad del Leviatán. BuenO, a decir verdad, nO hemOs descubiertO muchO más que nuestrOs predecesOres. Pero sí ha sidO méritO exclusivO nuestrO el hallazgO de que pasadO el mediOdía sOlar, es decir cuandO el sOl abandOna el cénit al menOs pOr un gradO, sus rayOs pierden tOda fuerza y efectO sObre lOs hOmbres, aunque nO respectO al restO de la naturaleza.
    AmigO míO, debO pOner fin a la escritura y vOlver al trabajO. Queda muchO pOr hacer. Además el imbécil de Hannibal DOminik SalOpard (creO que ya te he cOmentadO algo de él) está exigiendO que deje libre la Olivetti.
    Te saludO afectuOsamente,
    Oscar.

    ***

    Agosto vuelve a ser hermoso. A las cinco de la tarde un viento azul se cuela por entre los edificios sin pedir permiso ni presentarse hola, ¿qué tal? ¿Te he dicho que sos encantadora? Podría quedarme así hasta que los mayordomos se vuelvan bencina y los plesiosauros se conviertan al protestantismo. Mañana miraremos películas, pero hoy andaremos por los rincones de la ciudad sin más horizonte que llevarnos de las manos con la mirada. Pues el gusto por las cosas del amor lo he aprendido de vos, como he aprendido que el incienso tiene alma de poeta.

    ***

    Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de bestsellers. Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra pizca de sentido común. Con experiencia y sentido común no se fabrican bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados[6].

    Notas:
    [1] Tzara, Tristán, “Manifiesto Dadá (1918)”.
    [2] Reich, Wilhelm, en La psicología de masas del fascismo.
    [3] Casi un Juan Salanova.
    [4] La mederisolislogía (de las voces latinas mederi, “curar”, y solis, “sol”, «λóγος», logos, “tratado”, “estudio”, “conocimiento”) es la ciencia dedicada al estudio de las distintas problemáticas médicas, psicológicas y naturales derivadas de la acción de los rayos solares, sus causas, sus consecuencias y los métodos preventivos y curativos. Para su formulación en tanto disciplina científica, producto de su objeto de estudio y sus derivaciones, se conjugaron una serie de otras ciencias, como la astronomía, la psicología, la antropología, la medicina, la biología, la neurología, la física, la matemática, agregándosele una fuerte dosis de metafísica y misticismo filosófico. Se crearía, así, la llamada ciencia de las ciencias, generando una fuerte polémica por un breve lapso de tiempo.
    Su nacimiento en tanto ciencia específica data de principios del siglo XIX, bajo los estudios del astrónomo, físico, filósofo y psicólogo alemán Jürgen von der Schwanz, aunque sus orígenes pueden remontarse a los inicios de la ciencia en general. Según von der Schwanz y sus continuadores –entre los que destaca el psicólogo y antropólogo también alemán Joseph Ludwig Scheißkerl–, existen evidencias de que algunos pensadores de la antigua Grecia, como Thales de Mileto o Aristóteles, ya se habían preocupado por la acción y los efectos de los rayos del sol sobre los hombres y el mundo circundante, aunque lo habrían hecho sólo de manera lateral centrándose en los fenómenos físicos. Al mismo tiempo, sostienen que los antiguos egipcios y las culturas precolombinas como las maya y azteca también han avanzado al respecto, pero teniendo en cuenta sus sistemas de creencias, en los que el sol era una deidad central, los consideraron efectos de la acción divina. Scheißkerl, en su Zur Logik der Übertragung von der Sonnen Licht, sostendrá incluso que los rituales de sacrificios humanos de aquellas civilizaciones se han desarrollado bajo los efectos del contacto con los rayos del sol.
    [5] Casi un Luttes en Italie.
    [6] Adolph, José, en “El Anti-bestseller”.

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