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    La redención entre los ojos


    I
    Nos dormíamos bien tarde, ya entrando la mañana, porque, quién sabe –nosotros, claro–, intuíamos que la luz solar podría producirnos ataques de cacofonía o alguna de esas esclerosis francesas que suelen tomarse algunos individuos de cierta edad, entre muchos otros y peores males solares. Rectifiquemos: no lo intuíamos, estábamos plenamente seguros, la ciencia nos lo certificaba y nuestra formación positivista no nos permitía dudar de ella siquiera mínimamente. Así que lo dicho: nos dormíamos minutos antes de que los primeros halos de luz de la mañana iniciaran su juego pestilente, evitándonos cualquier tipo de pesadilla y dolores de cabeza. A la distancia puedo afirmar, con absoluta certeza, que no nos equivocábamos. Hoy, gracias a ello, nos mantenemos fuertes, sanos e inmunes entre toda esa turba indigesta y mandrilea que infesta el centro y la periferia, incluso ahora que hemos abandonado esa práctica (nos hemos extirpado los ojos). Aunque, en honor a la verdad, a veces, sólo a veces, nos despertábamos con alguna intermitencia, pero por no más de cinco o diez minutos. Es decir, en tantos años, en esas discontinuidades, jamás abandonamos el estado de ensoñación. Pero, para evitar confusiones, debo aclarar que nunca abríamos los ojos, a menos que el reloj nos marcara que podíamos hacerlo.
    Como es de prever, dada nuestra aversión a la luz solar, probablemente usted esté pensando que despertábamos entrada la noche o, en su defecto, al atardecer, cuando el sol ya se ha ocultado casi por completo. Pues bien, debo decirle que si así lo creé, se equivoca. Nuestra aversión –o, mejor dicho, precaución– era a la luminosidad matinal, a los rayos que se extienden desde minutos después del primer crepúsculo hasta el meridiano solar. Por lo tanto entenderá, porque es lógica pura, que despertábamos en horas del mediodía, entre las 12 y las 13 aproximadamente. Cierto es que en ocasiones (a decir verdad, más de las que hubiésemos querido, en una relación cuatro o cinco veces superior) lo hemos hecho por la tarde, sin sobrepasar jamás el límite de las 16.30 o 16.35. Éramos realmente estrictos al respecto. El buen tino de haber optado por un riguroso y estudiado sistema tanto práctico como moral, con una voluntad y disciplina de hierro, por momentos casi automáticas, nos ha reportado grandiosos resultados, los cuales pueden observarse a la luz del estado de pauperización y decadencia de la inmensa mayoría de los mortales; incluso –y esto es sólo una conjetura, pero altamente probable– en relación a usted mismo.
    Ese rígido plan, como ya he inferido, tenía poco que ver con aquello del descanso y de las fases REM o MOR, con sus movimientos oculares, o lo tenía tangencialmente; el descanso, como normalmente se lo entiende, era casi un lujo para nosotros, aunque descansábamos, claro. Permítame explicarme: podrá usted deducir que, humanos como somos, hubo no pocas circunstancias en las que nos encontramos realmente extenuados a mitad de la noche producto del ajetreo del día y el echarse a dormir hubiera sido lo que necesitábamos; sin embargo, no podíamos permitirnos dar pie a despertarnos antes del mediodía, un descuido podíamos pagarlo muy caro. En general, cuando más temprano uno se duerme, más temprano se despierta. De modo que aunque el cansancio nos fulminara el cuerpo y el cerebro, no accedíamos al descanso sino hasta poco tiempo antes del primer crepúsculo, asegurándonos que despertaríamos pasado el mediodía solar.
    Habíamos aprendido realmente mucho del profesor Zoran Sisadzijo, un emigrado serbio que conocimos de casualidad cuando teníamos entre 12 y 14 años. Fue, si mal no recuerdo, en el ’46 o en el ’57, cerca del Río Santiago, luego de una tarde de pesca absolutamente infructuosa. No recuerdo día de pesca más triste que ese. Volviendo a casa por la orilla del río, con los tachos vacíos y barro hasta el pecho –diga que hacía unos 39° de sensación térmica y el barro se iba convirtiendo en polvo, porque se hubiera hecho imposible caminar en esas circunstancias–, encontramos al viejo Zoran por la ladera oeste, junto a una cantidad de artefactos extrañísimos, uno de ellos verdaderamente enorme: una mesa de madera sobre la cual se montaba una suerte de guillotina altamente brillante, una serie de tubos de cristal de distintos tamaños y formas con líquidos verdosos, azulados y rojizos en sus interiores, tres telescopios de diversos tamaños, una cajuela donde podía caber un hombre de estatura mediana con comodidad pegada a un costado de la mesa, entre otros elementos más pequeños. El profesor se encontraba a unos cincuenta metros de los aparatos, mirando al horizonte a través de una pelota metálica de color negro. Nosotros detuvimos nuestra marcha y nos quedamos observándolo e inspeccionando esos artefactos a la distancia. No nos atrevíamos, no sabría decir porqué, a acercarnos, pero la fascinación nos envolvía por completo.

    II
    La sala es un completo caos. Mil setecientos hombres gritan y gesticulan como primates. Vuelan papeles, carpetas e improperios. Nunca se los vio tan animados.
    –¡Aquí no hay lugar para vosotros!
    –¡En las iglesias estaríais mejor! ¡Ese es el lugar para místicos como vosotros!
    –Le teméis a la evolución del pensamiento. ¡Vosotros sois los verdaderos curas!
    Mil seiscientos setenta y siete hombres contra veintitrés.

    III
    Luego de algunos minutos, quizás 15, quizás 20, Sisadzijo emprendió carrera hacia nuestra ubicación, gritando en un idioma para nosotros incomprensible. Con el tiempo supimos que se trataba del serbio, aunque jamás aprendimos más que unas pocas palabras y frases sueltas de salutaciones, como “sranje”, “jebem”, “popusis mi kurac krasni” o "јебачу te”. Entendíamos que nunca utilizaríamos el idioma para comunicarnos más que con Zoran y éste debía adaptarse a nosotros por estar precisamente en nuestro ambiente cultual. Pero sigamos. Quedamos petrificados ante la situación, sin siquiera intentar escapar o protegernos. No; nos quedamos en el mismo lugar mirando en silencio cómo ese hombre se nos venía encima. Fue en el ’44 o en el ’55, cuando teníamos entre 14 y 16 años. Al alcanzar nuestra posición, Zoran se mostró sensiblemente agitado, algo extraño para haber recorrido apenas cincuenta metros, pero así fue. Después de recuperar el aliento, nos llamó junto a la mesa de los telescopios y los tubos con un movimiento de manos. Nosotros atendimos al llamado, sin pensar que podría hacernos pasar por la guillotina. A decir verdad, no parecía un hombre peligroso. La guillotina tampoco era una guillotina. El profesor fue hasta el escritorio que se hallaba, desde nuestra posición, en el rincón izquierdo de la habitación, junto a la ventana, y de un cajón sacó una bolsa con caramelos Media Hora. Nos dio dos a cada uno. Eran realmente espantosos, de un sabor a café rancio inexplicable, como históricamente lo han sido los Media Hora. Nunca entendí cómo podía comercializarse una golosina tan horrenda y elaborada en base a trans-1-metoxi-4-(prop-1-enil)benceno, cuyo consumo en abundancia puede provocar convulsiones. Es sorprendente lo que los hombres pueden llegar a hacer por amor al dinero; ese es uno de los grandes problemas del contacto ocular con los rayos del sol. Cierto es que no he conocido a nadie víctima de convulsiones producto del consumo abusivo de caramelos Media Hora, pero eso no es un justificativo para su comercialización. Que no haya ocurrido no significa que no pueda hacerlo. Tampoco he conocido amantes de los Media Hora. Seguramente los haya. Sí he conocido quienes han caído en coma producto del consumo de licor de anís, pero deduzco que ha sido más efecto del alcohol que del trans-1-metoxi-4-(prop-1-enil)benceno. Posteriormente a convidarnos esas horripilancias, extrajo, de un bolso que estaba junto a un sauce, un fajo de papeles que esparció en el piso. Eran una centena de hojas que contenían una variedad de dibujos, gráficos con líneas ondulantes y cálculos –por entonces– incomprensibles para nosotros, una serie de letras, números y signos en una infinita cantidad de ecuaciones. Abundaban “x”, “y”, “UVL”, “eV”, “hν”, “g”, “δg”, “λ”, “∼”, “Tk”, “γ”, “φ”; bueno, usted entenderá de qué hablo. Ante esa maraña de papeles, Sisadzijo parecía emocionado; al menos eso pensamos al ver su cara. Sí, no había dudas, su rostro reflejaba emoción. Y pudimos comprobarlo inmediatamente, cuando tomó una de esas hojas y con un marcador subrayó una ecuación y una frase en evidente serbio, para mostrárnosla gritando “¡mirrad! ¡Mirrad!” (i.e. “¡mirad! ¡Mirad!”):

    E (d ) = 985δ sin (167° +1°.4658d) + 238δ sin (185° + 0°.1673d)/(20.4/1.9)
    =
    1023.6741979259910876034057197765d

    y

    “Владајућа идеја у свакој старосној икада идеје владајуће класе”[1].

    No estoy seguro de qué pasó después, pero sí recuerdo que Zorán afirmó que, luego de treinta y cinco años de investigaciones, estaba a pasos de descubrir la cura definitiva a los males solares, las causas fundamentales y primeras de todos los males. Es decir, lo que el profesor quería significar es que estaba a punto de encontrar la fórmula que podría salvar a la humanidad de la pestilencia en la que hoy se encuentra. Pero claro, como no podía ser de otra manera, su muerte cinco o diez años más tarde, en el ’44 o en el ’58, se lo impidió y con él se fue la oportunidad más cercana de salvación. Nosotros estamos haciendo lo que podemos, pero, verá usted, no tenemos la agudeza mental de Zoran.

    IV
    La sala es un antiguo coliseo techado ubicado en el barrio De Pijp. Mandado a construir por el estatúder Willem II van Oranje-Nassau en 1649, será destruido en 1910 por orden de la reina Wilhelmina van Oranje-Nassau. Sobre los terrenos que ocupaba, más tarde se erigirá una parte del barrio latino.
    Sobre el rincón superior derecho de la sala dos hombres se han retado a duelo. Se trata del antropólogo sueco Lennart Rövhål y el astrofísico polaco Nicolai Matkojebca. Habiendo elegido padrinos, éstos concuerdan en desarrollar el ritual de honor en el Vondelpark dentro de cuatro días. La reunión se ha desvirtuado hacia circunstancias inauditas.

    V
    Ese fue nuestro primer contacto con la mederisolislogía, ciencia de la que nos enamoraríamos, no sabría decir si sinceramente o simplemente por temor. De cualquier modo, hemos dedicado gran parte de nuestra vida al estudio y puesta en práctica de esta ciencia de todas las ciencias y de todas las no ciencias. Y hoy nos hallamos en momentos decisivos.
    No me detendré a explicar qué es la mederisolislogía, pues supondría una pérdida de tiempo, una redundancia. Deduzco que si usted se ha interesado por estos escritos, es porque conocerá más no sea vagamente de qué se trata. Por lo demás, estas líneas han sido ideadas para circular entre mederisolislogos e interesados, los cuales, dicho sea de paso, no abundamos. Cierto es que, así como en las ordenes masonas, es desconocido el número de miembros, sabiéndose apenas algunos pocos nombres destacados –entre los que, sin vanagloria, tengo el privilegio de encontrarme–; información que únicamente poseemos quienes pertenecemos al mundo de la mederisolislogía. Se creé que no somos más de 500 alrededor del mundo, entre mederisolislogos e interesados. Siendo así, y ateniéndonos a la trágica historia de esta ciencia, refuerzo mi opinión de la innecesaridad de explicar de qué se trata. Sí me detendré, somera y esquemáticamente, a hacer algo de historia, a los efectos de plantear un recorrido que permita entender cabalmente a qué nos referimos con “momentos decisivos”.
    Si bien en un principio los mederisolislogos creyeron que cualquier contacto con los rayos del sol, en cualquier momento del día, provocaba efectos negativos sobre los hombres, en investigaciones posteriores llegarán a la conclusión de que ello sólo podía ocurrir por contacto ocular. Por tal motivo, postularán, como medida preventiva preliminar –hasta avanzar en sus investigaciones–, el uso de gafas refractarias elaboradas con silicio fundido, bismuto y wolframio. Sin embargo, jamás se desarrollaron gafas de este tipo debido a su costo y dificultad de elaboración y a la reticencia de la comunidad científica a aceptar las tesis mederisolislógicas. Aun así, el físico mederisolislogo italiano Daniele Osvaldo Scopa, descubrirá que este tipo de gafas, esencialmente por la utilización de bismuto, producía aberraciones cromáticas, pérdida de efectividad visual –puesto que aquel metal se oxida con facilidad– y hasta posibilidades de esquizofrenia, daños en el hígado, escorbuto, gingivitis, senilidad y hasta muerte por intoxicación.
    Algunos años más tarde, el neurólogo y aristócrata búlgaro Luboslav Svirkadjiya, luego de diez años de investigaciones, ideará un casco al que llamó Luyno Glava. Se trataba de una media esfera desarrollada con distintas aleaciones metalíferas, principalmente tantalio, niobio, wolframio y renio. Era una esfera metálica que se cortaba por la mitad y en diagonal desde el mentón hasta el centro de la cabeza y se cerraba a la altura de los hombros. Al frente, en el hueco restante, se disponía una amplia pantalla hecha con distintas capas de policarbonato, siendo este el elemento clave para la protección de los ojos. De tal modo, el casco cubría toda la cabeza. La invención de Svirkadjiya correrá la misma suerte que las gafas. Resistido por la industria y por la comunidad científica, Luboslav tomará la decisión de invertir gran parte de su fortuna en la producción del Luyno Glava. Así se trasladará en varias oportunidades a Colombia, Venezuela y el Congo en búsqueda de coltán (tantalio y niobio), componente fundamental de la base de su invento, aunque no tan importante como el policarbonato utilizado para el visor. Irá sobre todo al Congo, donde se concentra el 80 por ciento del coltán mundial. Estos viajes, más la extracción y traslado de los minerales y el ensamblado del casco lo dejarán prácticamente en la ruina, pero logrará producir tres Luyno Glava, utilizando a dos de sus hijos y a él mismo para probar su funcionalidad. Para su desgracia –y la de la humanidad– comprobará que su invento era altamente eficaz para la protección de los ojos frente a los rayos del sol, pero no para la protección frente a los males mentales que estos causan en los hombres, que es, justo es repetirlo, la tesis fundamental de la mederisolislogía. Arruinado y desorientado, Svirkadjiya abandonará la mederisolislogía para siempre, dedicándose exclusivamente a la neurología, pero dejará un invento que casi un siglo más tarde será de suma utilidad para la NASA y el antiguo sueño humano de surcar por el espacio. Aunque pocos se lo reconozcan, Luboslav Svirkadjiya ha sido el inventor del casco espacial y de todos los cascos protectores y anteojos de sol modernos.
    Este será el último invento elaborado por la mederisolislogía. Al menos el último que se conoce. La tragedia de esta ciencia impedirá avanzar mucho más en la materia, abandonada a esfuerzos meramente individuales, a esfuerzos de hombres y mujeres que, empujados por las circunstancias, se han convertido en lumpenes de la ciencia.

    VI
    El neerlandés Volkert van der Pikhoofd tomará la palabra, despachándose con un alegato que indignará a más de uno:
    –Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo, en el sistema de investigación y de todas las ideas hasta hoy conocidas; y ese cambio viene, ese cambio no puede menos de llegar...
    ”Hemos de explicar al pueblo sus condiciones y relaciones sociales y las ideas inicuas que sustentan nuestras sociedades; hemos de hacerle ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sol es la causa de todas las iniquidades tan monstruosas que claman al cielo. Nosotros decimos además que el sistema del salario, jerárquico y divisor de clases como forma específica del desenvolvimiento social, habrá de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización; que dicho sistema prepara el camino y favorece la fundación de un sistema cooperativo universal. Pero vosotros, por conveniencia, os oponéis. Son vosotros unos mezquinos arrogantes que pretenden condenar a la humanidad a la inequidad y a la locura para toda la eternidad. Pero nosotros estamos dispuestos a romper todas las barreras y a entregar nuestras vidas de ser necesario[2]
    Las palabras de van der Pikhoofd suscitan un caos aún mayor. Algunos intentan tomarlo a golpes. Otros amenazan con retirarse si no se moderan los discursos. Los presentes parecen lejanos a llegar a un acuerdo.

    VI 
    Como decimos, la mederisolislogía ha tenido una historia desafortunada. Y lo ha sido ya desde sus orígenes etimológicos, pues proviene de las literales voces latinas mederi y solis, que significan “curar” y “sol”, respectivamente, y de la griega logos, que significa “tratado”, “estudio”, “conocimiento”. Esto ha originado acalorados debates, dado que literalmente significa “tratado/conocimiento para/sobre curar al sol”. Sus detractores, entonces, comenzarán a plantear que una ciencia que no puede definirse a sí misma científicamente con justeza y propiedad, no puede alcanzar el estatus de ciencia. A partir de aquí se iniciará un proceso de rechazo y persecución que, como veremos, llegará hasta las últimas consecuencias. Tanto Jürgen von der Schwanz[3] como sus seguidores, sobre todo el lingüista francés Édouard Albert Enculé, intentarán defender el nombre, pese a que coincidirán con sus críticos en que es imposible saber de qué habría que curar al sol y en caso de saberlo, cómo; además de que la denominación en nada tiene que ver con sus propósitos de estudio. A todas luces ha sido una pésima elección nominal.
    Con todo, el principal problema que los meredisolislogos han debido enfrentar ha sido, como ya se dijo, el rechazo de la comunidad científica, no sólo desde el punto de vista etimológico (que es, en todo caso, lo menos importante), sino más aún a considerar sus tesis e incluso a aceptarla como ciencia. Un recorrido similar, aunque decididamente más penoso, al de la psicología, a la que finalmente se la aceptó como disciplina científica. En rigor, la mederisolislogía ha tenido una vida oficial de apenas diez años. El Congreso Europeo de Ciencias realizado en 1989 en la ciudad de Ámsterdam, convocado por única vez a efectos de tratar la cuestión mederisolislogía, desterrará a esta ciencia al campo de la fe y de la mística. Serán filósofos metafísicos y eclesiásticos quienes le den la estocada final, rechazándola también de su ámbito de acción e influencia. Posteriormente, la presión de científicos, eclesiásticos, filósofos y hasta políticos hará desaparecer todo rastro de su existencia, eliminándola de la historia, destruyendo sus pocos estudios publicados, de los cuales se conservan apenas una decena de escritos en una biblioteca europea cuya dirección se mantiene en estricto secreto por precaución, y confinándola al oscurantismo. Von der Schwanz, dos años después de aquel Congreso Europeo de Ciencias de 1899, dirá que los rechazos se debieron a que la mederisolislogía podría derribar todas y cada una de las creencias científicas, sociales, políticas, económicas y religiosas construidas a lo largo de la historia de la humanidad, por lo que el mundo tal cual se conocía –y aun se conoce, agregamos– entraría en un estado de crisis y caos absoluto. Fieles a la verdad como somos, diremos que no se equivocaba en lo más mínimo.

    VIII
    El hombre más viejo, aunque no necesariamente el más sabio, uno de los diez que dirigían la reunión, llamó a silencio golpeando una campanilla de un sonido agudísimo. De pronto todos se callaron.
    –En vista a que no podéis poneros de acuerdo, el Consejo se reunirá en cuarto intermedio hasta las cuatro y tomará una decisión sobre el caso –dijo.
    –¡Protesto! –gritó Jules Ordure– En el Consejo no tenemos representantes y podemos estar seguros de cuál será el resultado. La democracia exige que tomemos una decisión aquí mismo…
    –¿Y quién le ha dicho a usted que esto es una democracia?
    Tras esto, los diez consejeros se encerraron en una de las habitaciones contiguas.

    IX
    Tomando en cuenta estos antecedentes, nuestra intención y todos nuestros esfuerzos, entonces, se dirigen a revertir su historia y a redimirla. No por capricho, sino porque entendemos que el futuro de la humanidad depende de ello. La mederisolislogía es el único camino que tienen nuestras sociedades para superar y desterrar para siempre aquello que Étienne de La Boétie ha llamado “servidumbre voluntaria”[4]. Podrán tildarnos de místicos, subversivos, comunistas y hasta de populistas, pero estamos dispuestos a enfrentar a toda la sociedad para salvarla de ella misma. 

    X
    El Consejo estará en aquella habitación por alrededor de cinco horas. En tanto, en la sala, la lucha discursiva se torna cada vez más áspera.
    Por fin regresan los consejeros. Se hace un silencio casi sepulcral. La expectación es absoluta. El más viejo de los consejeros anuncia el veredicto. La decisión es la esperable, pero traerá algunas sorpresas.
    Las tesis de aquellos veintitrés hombres resultan rechazadas en los términos más categóricos, prohibiéndoseles retomarlas ellos mismos o cualquier descendiente sin limitaciones de tiempo ni espacio. Cinco de aquellos veintitrés son ordenados a recluirse en un instituto mental a designar. Y todos serán denunciados ante las autoridades de sus respectivas naciones por subversión del orden –sólo dos serán efectivamente condenados a prisión, en la que estarán casi dos meses–. También decidirán destruir todos los libros, opúsculos y manuscritos del grupo y prohibir que se los nombre por el resto de los días.
    Años más tarde se sabrá que los consejeros tomaron la decisión en apenas diez minutos, utilizando las restantes casi cinco horas para tomar té con masas finas y jugar al aluette.

    XI
    Es la revolución. O casi. En estas calles del principado de Turdera por las que jamás ha pasado un carterista, ni un bailarín flamenco, ni una motocicleta de delivery, ni un camión lechero, ni, muy probablemente, un afilador con su armónica montado a un caballo bargigiano, los vecinos se toman de los pelos para ver quién se ha comprado la mejor sartén. Es un caos de gritos y gentes, como en los mejores tiempos de potencias mundiales, cuando este pueblo era observado por otros pueblos por su fama de rebeldes entusiastas y los monarcas y burgueses le temían como a la peste[5]. Los chicos corretean alrededor de los adultos, pateando una pelota que pareciese hace años perdió la cámara y se abrazan cuando, de casualidad o no, la hacen pasar entre las piernas de aquellos. Nosotros despertamos porque ya ha pasado el mediodía solar y nos predisponemos a desayunar cereales de avena y huevos revueltos. Luego nos dedicaremos a calcular cuándo será mediodía en diversas estaciones hasta Cochabamba, puesto que hemos sido invitados a una convención sobre farmacéutica molecular y viajaremos, a falta de mejor vehículo, en un convoy de mediados del siglo XVIII. Como podrá entrever, deberemos tener en cuenta todas las variables posible, tanto de clima como de tiempo, porque viajando en un convoy de esa clase es imposible prever cuáles y cuántas serán las dificultades y cuántos días estaremos en viaje. Precavidos como somos, saldremos seis meses antes.
    En esa convención aprovecharemos para dar publicidad a nuestros descubrimientos y para sacar del entierro histórico a la mederisolislogía. Iremos preparados ante cualquier eventualidad, para poder sostener cualquier tipo discusión y poder refutar todas y cada una de las posibles refutaciones. Hemos estado investigando y preparándonos por más de cincuenta años para enfrentar una ocasión como esta. Usted tal vez nos dirá que es inoportuno hablar de mederisolislogía en una convención sobre farmacéutica molecular y debo decirle que tiene parte de razón. Pero, verá, es la última chance que tenemos para sacar de la sobra a esta noble y humanística disciplina antes de morir, viejos como estamos. Además, concentrados en nuestros propios estudios y en nuestros mundos, no hemos dejado discípulo alguno. Esto, claro, nos remuerde la conciencia, porque hemos defraudado a nuestros predecesores, quienes aún en el destierro siempre procuraron mantener viva la disciplina, trasmitiéndola de generación en generación. De modo que esta convención servirá, también, para redimirnos de alguna manera.
    Lamentablemente, los pormenores y el desenlace de esta historia no podré otorgárselos aún. Usted entenderá y me disculpará. Si la mederisolislogía ha esperado más de un siglo (desde 1745 o 1958 a esta parte) para darse a conocer en todo su esplendor, ella y usted podrán esperar un año más. Aunque la humanidad, y esto es una verdad irrefutable, ha entrado en agonía ya en el siglo XVII, muriendo en el XIX con la Revolución Industrial. Quizás podamos revivirla como en la Cataluña del ’36. Todo dependerá de nuestros ojos.

    Notas
    [1]Como podrá suponer, no retengo estas grafías serbias de memoria desde aquel momento, sino que las transcribo directamente de los escritos de Zoran, parte de los cuales he recibido previo a su muerte en el ´47 o ’59. Disculpará, también, que no le proporcione la traducción, es que en el principado donde nos encontramos, está terminantemente prohibido hacer referencia, en español, a teorías y citas comunistas. Sólo diré –arriesgándome ante los censores– que la misma se encuentra en el Capítulo I de Die deutsche Ideologie
    [2]Casi un August Vincent Theodore Spies y un Michael Schwab.
    [3]Astrónomo, físico, filósofo y psicólogo alemán nacido en 1985 cuyos estudios darán origen a la mederisolislogía a principios del siglo XIX.
    [4]C’est le peuple qui s’assujettit et se coupe la gorge: qui, pouvant choisir d’être sujet ou d’être libre, re¬pousse la liberté et prend le joug, qui consent, qui consent à son mal ou plutôt le pourchasse.
    [5]“Un pujante palpitar sacudía la entrada de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba”.

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